martes, 11 de marzo de 2014

La Historia entre un Bailarín y un Escritor

Desde la primera vez que lo vi supe que recordaría ese momento. Es increíble lo que puede llegar a ser el destino. Yo estaba en un salón y, por las ventanas, logré verlo sentado en plena entrevista de trabajo. Estaba de espalda; su perfecta espalda. Estuve viéndolo alrededor de cinco segundos, grabé la imagen y seguí haciendo lo mío. De vez en cuando lo veía mas no le prestaba mucha atención.

Yo ya tenía como una semana y media bajo ese nuevo ambiente de trabajo y pues, en parte, claramente sentía más seguridad que él. Yo estaba conversando con una compañera y un amigo que se estaban capacitando conmigo. Él estaba sentado en el banco leyendo y, como dije, resguardado en su libro ya que no tenía confianza con ninguno de nosotros. Yo payaseaba como de costumbre. Mi capacitadora nos mandó a entrar a clase y todos entramos a la misma. Una vez en el salón tenía a mi compañera a un lado y a él del otro.

Me da risa lo iluso que fui ese día. Yo, con confianza encima, juré que iba a servirle de ejemplo al nuevo compañero. A medida que se daba la clase me daba cuenta que no era así. Sus perfectos movimientos de piernas a la hora de hacer los ejercicios me dejaban fuera de base.

  —Debería darles vergüenza que ese muchacho con un día de clase lo haga mejor que ustedes —decía nuestra capacitadora. 

A la hora nos esteramos que el “muchacho” era bailarín. 

  —Danza contemporánea, amiga mía. DANZA —le decía a mi capacitadora.

Honestamente disfrutaba su presencia los primeros días porque su físico me atraía muchísimo. Su color de piel y altura fueron los principales factores que me atraparon.

Mi compañera de grupo es fisioterapeuta y estaba chequeándole la espalda un día ya que tenía un malestar en ella. Lo vi por primera vez sin camisa. Su ancha espalda pecosa fue otro factor que me enganchaba.

Otro día mi capacitadora dijo que estábamos listos para laborar y, en mi caso, me iban a cambiar de turno. Fue ahí cuando supe que el bailarín me gustaba. Me había amañado tanto al turno de la mañana que temía ir al de la tarde, pero eso no era realmente lo que me afectaba. “No volveré a verlo” era la frase que predominaba en ese momento.

Días después tuvimos una capacitación especial. Estábamos todos sentados en el salón observando y escuchando la clase. Él estaba sentado a mi lado izquierdo unos cuantos puestos alejados de mí. Nunca hago eso pero, esa vez, volteé a verlo y él tenía su mirada hacia mí. No sirvo para los contactos visuales —no cuando la persona me gusta—, así que cinco segundos, cuando mucho, le regalé. El corazón se me aceleró y empezó a cuestionar por sí solo.

Epa, epa, me estaba mirando.
¿Cuánto tiempo llevaría haciéndolo?
Cállate, Jesús. Seguro volteaste a verlo, él te miró y estaba chequeando por qué lo mirabas; punto.
Pero su mirada era diferente.
Basta, vale. Es heterosexual.


Esa era mi respuesta favorita: “Es heterosexual”. Siempre huía de todo con esa frase. En parte estaba bloqueado a tener algo con él porque mi mente —muy negativa—, buscaba cualquier excusa para aislarme de esa atracción que sentía para no salir herido emocionalmente.

Llegó una noche donde mi mejor amiga y yo nos fuimos a rumbear. Necesitábamos bailar, drenar, reír, tomar, volvernos locos… Vimos una obra de teatro donde participaba un buen amigo mío. Estuvimos hasta las tres de la mañana aproximadamente y nos fuimos a su casa.

Al día siguiente le quité el teléfono a ella para chequear mis cosas. Noté que tenía una solicitud de amistad en Facebook y el nombre era algo no tan peculiar.

  —¿Quién es éste? —recuerdo que dije. 

Por supuesto que su nombre lo sabía pero no coincidía con el que aparecía en su perfil. Al entrar, chequear sus fotos y corroborar que era él… ¡POOM!

  —¡María! ¡María! —decía todavía nervioso—. ¡El chamo que te hablé anoche! ¡Acaba de agregarme!

Su cara era algo poética porque sabe lo exagerado que puedo llegar a ser con muchas cosas.

  —Rayos, no. No, no. Pero eso no quiere decir algo, ¿verdad? Seguro me encontró por mi compañera. A ella la agregué recientemente y pues, pudo encontrar mi nombre ahí —dije.

Mi mejor amiga seguía con la misma expresión. Sin embargo —por supuesto—, lo acepté. Entré a ver sus cosas y otro choque tuve al leer: “QUIERO ALGO CONTIGO”.

  —¡LEE ESTO! —le decía—. ¡Quiere algo con alguien! ¿Será conmigo? ¿Crees que sea conmigo?

De la misma manera en que mi ánimo subía, bajaba.

  —No, vale. Equis. No creo que sea conmigo. Dejé así, Andrés —negaba cualquier posibilidad.


3 de Septiembre de 2013


Hubo un apagón ese día a nivel nacional. Alrededor de las cuatro y media de la tarde nos soltaron del trabajo. Todos se fueron directo a sus casas, menos nosotros. Lo invité a irnos caminando por ahí y aceptó sin mucho preámbulo. Me quería invitar algo para comer y yo por pena lo rechazaba. Caminando nos fuimos y hablamos de cualquier infinidad de temas. Le hablé de mí, de mi relación pasada —para ese momento era un tema que me gustaba mucho compartir; lo que aprendí de ella—, de mis gustos, música… 

Él más que todo asentía hacia lo que le decía y anexaba cualquier cosa similar y acorde con lo que le comentaba. Íbamos caminando cuando de repente empezó a llover. Saqué el paraguas de mi koala y lo invité a utilizarlo conmigo. Admito que me colocó un poco nervioso y no era para menos. Estaba teniendo contacto directo con él ya que el paraguas era algo pequeño. Decidimos quedarnos bajo un elevado esperando que escampara pero la conversación no cesaba.

Igual: Observaba, asentía, sonreía y contestaba.

Escampó y nos dirigimos a un centro comercial muy conocido en la ciudad. Yo tenía poco dinero encima —no había cobrado mi primera quincena—, pero eso no me detuvo para comprar algo para comer. Quería seguir compartiendo con él y buscaba cualquier pretexto para que me tuviese a su lado. Él no se quedó atrás y también compró algo.

Nos sentamos en unos muebles que estaba en uno de los pisos del centro comercial y de repente ahí se dio todo.

  —Es normal todo eso. Yo honestamente no me la paso ya ocultándome porque lo veo absurdo. Eres como eres y ya —decía.
  —Claro —él sonreía.
  —Y bueno, eso —desviaba mi mirada a cualquier otro punto.
  —Quiero decirte algo pero no sé cómo lo vayas a tomar.

Automáticamente mi corazón se salió del pecho gracias al llamado que le daba mi mente —intuitivamente por la conversación que llevábamos—, a todo lo que estaba ocurriendo.

  —¿Sí? A ver… —no sé cómo dije eso sin tartamudear.
  —Me gustan mucho tus ojos y tu sonrisa.

Fue imposible no regalarle una después de lo que me dijo. Aparte, sonreía porque me sentía estúpido al tratar de “seguir maquillando” lo que estaba pasando. Si me miraba bonito, es heterosexual. Si me abrazaba, es heterosexual. Si respiraba, es heterosexual.

Volteé mi mirada hacia una juguetería del lugar y la regresé hacia él.

  —A mí me gustas tú —respondí.
  —Ay, Dios mío —se volteó de repente y su cara se tornó roja.
  —¿Qué pasa? —sonreía con mucha más fuerza.
  —Dime que no me coloqué rojo, por favor —no sabía dónde esconderse.
  —Pues… Sí, un poco —empecé a reír.

Esa noche lo acompañé a agarrar transporte a su casa y yo me fui.


Al día siguiente: Estábamos ambos en un salón sentados en una camilla. Él me veía a los labios y eso me provocaba e intimidaba.

  —¿Qué pasa? —pregunté.
  —Hola —sonreía.
  —Hola —no dejaba de mirarme los labios.

Fue imposible detenerme, me acerqué a los suyos y fue entonces cuando nuestros labios se cruzaron por primera vez. El primero fue un simple contacto. Me separé para verle a la cara y no dejaba de sonreírme. Fui por el segundo y ahí sí se dio el beso completo. Mi corazón agitado estaba —claramente—, y volaba al volver a sentir esa selva en el estómago que sientes al besar a la persona que tu corazón escoge.

Siempre he dicho: El corazón es de quien lo acelere.


15 de Septiembre de 2013


Íbamos rumbo a un apartamento en la playa. Previamente ya había hablado con mi mamá y ya estaba al tanto de toda la situación. Veníamos sentados en el transporte escuchando música con mi iPod cuando sin previo aviso y muy espontáneo él decidió tomarme de la mano. Fue un gesto muy bonito y no me incomodó en lo absoluto. La confianza parecía ir muy rápido según mis amigos; para nosotros nunca fue así.

Llegamos al apartamento y había llegado el momento. Se lo presenté a mi mamá y hermanos —no utilicé ningún adjetivo; lo presenté por su nombre—. Entró a la sala y ahí nos sentamos un rato a descansar. Mi mamá —como la mayoría de las madres para no decir todas—, empezó a interrogarlo y sacarle conversación. No podré nunca describir esa sensación de agrado total que sentí al verlos hablar, sonreír y conocerse. Por alguna extraña razón me llenaba muchísimo ya que mi mamá sabía que no estaba conociendo a cualquier amigo; estaba conociendo al hombre que estaba saliendo con su hijo.

Fuimos un rato a la piscina en la noche. Fue esa la segunda vez que lo vi sin camisa. Había pocas personas en el agua y a veces lo retaba acercándomele tratando de robarle un beso. Estaba feliz y sonriente ya que estaba seguro que tendría nuevo compañero.

Esa noche fue la primera que dormimos juntos.

  —Eres hermosísimo, chamo —me dijo mirándome a los ojos.
  —¿Te gustaría escribir una historia conmigo? —tenía esa pregunta en la punta de la lengua y tenía que soltarla.
  —Rayos —ocultó su cara en la cama.
  —Hey —dije.
  —No seas así; tú no —contestó.
  —¿Ah? —no entendí en lo absoluto—. ¿No quieres  ser mi novio?
  —Esta historia empezó a escribirse desde el día que confesamos. Yo ya me considero tu novio.

Desde entonces hemos estado escribiendo esto. Hemos reído, amado, discutido, sacrificado y sobre todas las cosas: luchado. Día a día lo conozco más, día a día me enamoro de sus virtudes y defectos. Verlo danzar es realmente maravilloso; es transportarse a otro mundo. Un mundo de fusión entre vida y sentimientos.

Él danza a mi lado; yo escribo del suyo.