miércoles, 22 de octubre de 2014

Tauro

Algo.

Sé que hubo algo de él que me atrajo la primera vez que lo vi. Quizás su soltura a la hora de expresarse; su siempre dibujada sonrisa ante el mundo; su penetrante mirada… Algo.

Hablábamos Gabriela y yo sobre los signos zodiacales. Veíamos y burlábamos nuestros horóscopos mientras él nos observaba.

  —¡Mira, no! Supuestamente me irá mal esta semana —jugué.
  —¡Retrogrado, mi amor! ¡Yo estoy toda “retrogrado” hoy! —respondió Gabriela.
  —¿Qué signo eres tú? —fue la primera pregunta que le hice.
  —Tauro —respondió despreocupadamente.

No hubo mucho de qué hablar y dialogar ese día. Echamos chistes y romper hielo con él fue demasiado fácil. Él se retiró del estudio y yo decidí quedarme ya que había ido al mismo por Gabriela.

  —De él te hablaba la otra vez —me dice Gabriela—. Él es muy cool.
  —Sí, bueno, normal —no le di mucha importancia.


He tenido hombres que han querido entrar y formar parte de mi vida en un punto en el cual yo no estaba preparado estar; por lo menos por mucho tiempo. A veces me pongo a pensar si la vida te complace de vez en cuando, si realmente anhelas tener algo. Claramente su físico me atraía mucho. Su color de piel clara, brazos y pecho fue lo principal que le detallé. Eso y su estado crónico-extrovertido tenían mi atención hacia él. Sin embargo, como dije, era eso… Atracción. Jamás pensé que se diera lo que un día se dio.


Sabía que ese día iría al estudio. Al decir verdad admito que un alto porcentaje de mí quería ir por el simple hecho de verlo y poder conversar un poquito más con él. De lo que sea. Simplemente escucharle, hablarle, reírnos por cualquier estupidez y ya. 

Dicho y hecho. 

Llegué en su hora de descanso y pues, me instalé en la computadora. Me buscó conversación leve y poco a poco le respondía. Hablamos y hablamos por un buen tiempo. Echamos chistes nuevamente y reímos tal como sabía y quería que pasara.

  —Oye, tenía una perspectiva diferente de ti. Me agrada haberme equivocado —confesó.
  —¿Qué perspectiva tenías de mí? —quise indagar aun sabiendo por dónde iba; tomando en cuenta una conversación por texto que tuve con él.
  —¡Tengo que dar clase! —decidió e intentó salir por tangente.
  —¡Dime! —presioné.
  —Oye, oye, tengo que dar clase. Te dejo —salió de la oficina y me dejó en ella.

¡Lo sabía! ¡Juro que sabía por qué lo decía pero quería que me lo dijese! Traté de no precipitarme; fingí demencia y volví al computador.

Al terminar la clase intenté nuevamente sacarle la respuesta pero fracasé en ella. Se hizo el loco, por así decirlo. Agarró sus cosas y se fue a arreglar para ir a otro lugar de trabajo. Al despedirse lo hizo dándome un beso en la mejilla, estando yo metido en el computador.

  —¡¿QUÉ?! —gritaba mentalmente.

Se despidió de los demás después del acontecimiento y ahí quedé yo. Helado, estúpido, con la boca abierta y con ese pequeño gesto en mi mente que de una u otra manera me acompañó el resto del día.

  —¡Me dio un beso, Gabriela! ¡Pero equis! Le nació y ya —bloqueaba como de costumbre cualquier intento a algo.
  —Relájate, Jesús.
  —¡Me gusta y lo sabes! ¡Me besó, pana! ¡ME BESÓ! —entré en un estado de niña enamorada y, conociéndome, nadie iba a sacarme de ahí.


19 de Septiembre de 2014


Dos días después hice exactamente la misma operación. Subí al estudio en un día no laborable para mí con intenciones de ver ya no tanto a Gabriela… Iba por Tauro.

  —¡Buenas! —entré a la oficina y ahí estaba él.
  —¡Hola! —coloqué mi koala cerca donde él estaba y fue donde decidió abrazarme.

Loco. 

Loco estaba por lo que estaba haciendo pero un Óscar mínimo debía ganar por mi tan extraordinaria actuación de despreocupación.

  —Epa, ya va —me haló nuevamente hacia él al yo separarme—. Hueles muy rico.
  —Este pana quiere matarme, ¿o cómo es la cosa? —dije mentalmente—. Gracias —fue lo que salió por mi boca.

Toda la mañana se dio con suma tranquilidad. Dio clases mientras yo, nuevamente, metido de cabeza en la computadora.

¿Viendo videos? Sí.
¿Revisando redes sociales? Sí.
¿Pensando en videos y redes sociales? No.

  —Iré a comprar algo —dijo en voz alta en su hora de descanso—; ¿quieren algo?
  —Un yogurt, por fa —respondió Gabriela.
  —¿Tú? —se dirigió a mí.
  —Tranquilo, yo voy contigo —respondí.

Lo acompañé a la panadería y pues, claramente el camino estuvo lleno de habla. Logré sacarle la respuesta de la perspectiva errónea que tuvo de mí y hablamos sobre signos y sus compatibilidades. Habíamos buscado la nuestra por alguna extraña e indirecta razón. Alta, por cierto.

  —¿Qué quieres? —invitó.
  —Nada, nada. Estoy bien. Gracias —vacilé.
  —Anda, vale. ¿Qué te provoca?
  —Nada. Tranquilo.
  —¿De beber? —buscaba la manera de hacerme reír.
  —No.
  —¿De comer? 
  —Que no —logró su objetivo.
  —Cónchale, dime qué quieres.
  —Conocerte —respondí mentalmente.

Fuimos a la parte de dulces y fue ahí donde flaqueé.

  —¡ESTO! —señalé.
  —Ah, ¿ves? Ahora sí nos entendemos —pidió el dulce que señalé para llevar.
  —Gracias —respondí con poco porcentaje de pena ya que no sentir confianza con él es tarea difícil.

Canceló todo y caminamos nuevamente hacia el estudio.

Tocamos el tema de nuestras ex-parejas precisamente porque ambos teníamos dicha experiencia viva y reciente todavía. 

  —¡Gracias! —dijo Gabriela al recibir su yogurt.
  —Ten cuidado con esa panadería en caso de que quieras ir. Creo que tienen todo menos conocimientos de cómo atender a un cliente. En serio.
  —¡Me dejó en R! —vacilé con Tauro en chiste interno.

El día siguió sin mucho preámbulo ni plan aparente.

  —¿Qué vas a almorzar? —le preguntó Gabriela.
  —No sé. Creo que comeré en Plaza.
  —¿Por qué no compras almuerzo aquí cerca y comes con nosotros? —invitó.
  —Sí, sí —quería animarlo—; aquí cerca venden comida casera.
  —Está bien.

Al finalizar su jornada laboral fuimos nuevamente al Centro Comercial por almuerzo. Conversación, empujones leves y buena vibra nuevamente.

Regresamos, almorzamos y ya nos arreglábamos para salir.

  —¿Qué vas a hacer ahora, preciosa? —le pregunté a Gabriela.
  —Voy a verme con Libra. Él está en Los Naranjos y pues, nos veremos en Plaza.
  —Oh.
  —¿Y tú?
  —No, bueno. Tengo ensayo a las 6:30 de la tarde y pues, pretendía matar tiempo contigo pero de lámpara no pretendo estar.
  —Si quieres te vienes conmigo al gimnasio. Daré clases allá —intervino Tauro.
  —Ah, bueno. Sí va —respondí de manera muy actoral una vez más.

Llegamos al gimnasio y empezó el proceso de “conocer gente”.

  —¡Pero qué bello! —exclamó una amiga de él refiriéndose a mí.
  —Mucho gusto —vacilé.

Entramos al salón y lo vi haciendo Pole Dance. Acotando que la clase era de Telas.

  —Miramesto —no dejaba de decirme internamente—. ¡Qué bello es, por Dios!

Sí noté que miraba mucho hacia donde estaba, notando y evaluando si lo estaba viendo. Cosa que me pareció demasiado cuchi.

Finalizó la clase y fue entonces cuando salimos del salón a vernos con su amiga.

  —¿Qué vas a hacer por fin? Yo voy a salir con fulanito —estábamos en una mesa.
  —No lo sé. ¿A qué hora subirás a la casa? —noté que vivían juntos.
  —Dime tú a qué hora te busco o algo así.
  —Yo no tengo nada que hacer. Avísame tú cuando te desocupes.

Supe que era el momento y aproveché.

  —Si quieres te vienes al ensayo. Es ahora más tarde y así no te quedas por ahí dando vueltas —lo invité.
  —Ah, bueno —no sabría decir si actuó en su respuesta pero contento estaba de que seguiría con él.

Nos dirigimos al ensayo. Conoció la banda a la que pertenezco y pues, pasó su tiempo escuchándonos. Me sentía bien con su compañía y sé que ya algo pasaba porque, estando en pleno ensayo, nos seguíamos hablando por mensajes de texto. Intercambiando sonrisas de vez en cuando.

¡Viernes! ¡Todo eso ocurrió un viernes!

Al salir del ensayo —tardísimo—, me preocupaba el tema de regresar a mi casa ya que al día siguiente tenía que trabajar temprano.

  —Hey, Libra —le hablé al baterista y novio de Gabriela—, ¿puedo quedarme en tu casa hoy?
  —Coye, man; vamos a tomar ahora y no sé realmente… Déjame ver.
  —Avísame con tiempo porque si es de irme con ustedes, no tengo rollo. Pero si no puedo quedarme en tu casa, debo bajar a la mía ahora mismo ya que es tarde.
  —Si quieres déjame avisarle a mi amiga para ver si te puedes quedar —propuso Tauro.
  —Eh —quedé helado ante tal invitación—; de acuerdo.

¿Qué estaba ocurriendo ese día?
¿Todo tan fluido de repente? ¿Sí? ¿Justo con el hombre que me gustaba?

  —Sí; te puedes quedar. Pero tenemos que irnos ya —dijo Tauro.
  —Vale —me gustó su respuesta un tanto dominante.

Nos despedimos y salimos nuevamente hacia el gimnasio ya que ahí nos iba a buscar su amiga.

  —Me preocupa ahora es la cena —exclamó Tauro—; tenemos que comer antes.
  —No ando financieramente bien ahora, te comento.
  —No importa. Te invito a comer.
  —¡Dios! ¡Basta! ¿Qué es esto? —dije internamente una vez más.

Comimos; cogimos un taxi y llegamos al sitio.

  —¡Hola, hola! —llegó su amiga y nos subimos en la camioneta.

Tauro y su amiga estaban en la parte de adelante y los escuchaba hablar sobre la clase de ese día el cual tuvo unos inconvenientes. En todo el camino hablaban de ello y pues, yo atrás muy casual e intimidado en parte por lo que estaba ocurriendo. Una mujer que me conoció ese mismo día, ¿dejarme quedar en su casa con él? ¿Mencionando que le parecí bello?

Llegamos a la casa-mansión. Una casa un tanto GIGANTE. Veníamos escoltados por otro amigo de la amiga de Tauro.

Al entrar: 

  —Voy por ropa y salgo —dijo.
  —¿Ah? —respondió Tauro.
  —Muérete que la niña empezó a llorar y pues, no sé qué le hicieron pero me convencieron y dormiré en casa de él y mañana iremos a la playa.

Tauro y yo nos miramos ipso facto.

  —Ah, bueno.
  —Me cuidan la casa, ¿no? —mencionó.
  —Ah, por Dios. Claro que sí —cortó Tauro.

Se fueron y ahí estábamos… Tauro y yo, solos. No sólo conformes con el día completo juntos, sino que dormiríamos así.

Nos bañamos por separado la primera noche —fue un fin de semana completo—. Mencionaré fugazmente que al día siguiente falté a mi trabajo. Bueno, a dos que tenía pautado para ese día. Sé que es irresponsabilidad pero dormí en su pecho sintiéndome tan protegido que ahí quise quedarme toda la mañana.

Empezaron ciertos juegos donde él me besaba nuevamente la mejilla y parte del cuello. Hablábamos y de repente, sin aviso, me regalaba un beso.

No.

Por supuesto que no aguanté y decidí robarle uno en la boca.

Sentí. 

Mucho, acotaré. 

Sentí al besarlo y eso me agradó. Sé lo que es un beso vacío y no soy partidario de que deban existir. Hay gente que logra vivir con ellos y son felices. Suelen decir que “un beso no se le niega a nadie”. Llámenme enfermo pero, apartando egocentrismo, he negado bastantes.

¡Volé! 

Volé pero esta vez caminando en punta con los pies en la tierra. ¿Debo mencionar que todo el día nos besamos sin parar? ¿No? De acuerdo.

Tauro tocaba la guitarra y entre los dos hacíamos nuestro pequeño y privado concierto musical.

  —Vamos a bañarnos —invitó.
  —¿Qué? —tomé literal la invitación.
  —Vamos a bañarnos; anda.

Nos vimos desnudos mutuamente. Entramos a la ducha y, apartando cuando nos besábamos, parecíamos hermanos. Fue algo que disfruté y valoré bastante. No pasó nada sexual entre nosotros y eso, para mí, fue positivo. Ambos estábamos conociéndonos y sabíamos que no era correcto lanzarnos tan allá si estábamos buscando algo serio y estable.

Fin de semana completo de buena vibra y compañía. Cocinamos en ropa interior, beso iban y venían de vez en cuando, risas por doquier, abrazos espontáneos de repente… Novios ficticios.

¿Qué y cómo pasó todo? No lo sé; pero pasó.