miércoles, 22 de octubre de 2014

Tauro

Algo.

Sé que hubo algo de él que me atrajo la primera vez que lo vi. Quizás su soltura a la hora de expresarse; su siempre dibujada sonrisa ante el mundo; su penetrante mirada… Algo.

Hablábamos Gabriela y yo sobre los signos zodiacales. Veíamos y burlábamos nuestros horóscopos mientras él nos observaba.

  —¡Mira, no! Supuestamente me irá mal esta semana —jugué.
  —¡Retrogrado, mi amor! ¡Yo estoy toda “retrogrado” hoy! —respondió Gabriela.
  —¿Qué signo eres tú? —fue la primera pregunta que le hice.
  —Tauro —respondió despreocupadamente.

No hubo mucho de qué hablar y dialogar ese día. Echamos chistes y romper hielo con él fue demasiado fácil. Él se retiró del estudio y yo decidí quedarme ya que había ido al mismo por Gabriela.

  —De él te hablaba la otra vez —me dice Gabriela—. Él es muy cool.
  —Sí, bueno, normal —no le di mucha importancia.


He tenido hombres que han querido entrar y formar parte de mi vida en un punto en el cual yo no estaba preparado estar; por lo menos por mucho tiempo. A veces me pongo a pensar si la vida te complace de vez en cuando, si realmente anhelas tener algo. Claramente su físico me atraía mucho. Su color de piel clara, brazos y pecho fue lo principal que le detallé. Eso y su estado crónico-extrovertido tenían mi atención hacia él. Sin embargo, como dije, era eso… Atracción. Jamás pensé que se diera lo que un día se dio.


Sabía que ese día iría al estudio. Al decir verdad admito que un alto porcentaje de mí quería ir por el simple hecho de verlo y poder conversar un poquito más con él. De lo que sea. Simplemente escucharle, hablarle, reírnos por cualquier estupidez y ya. 

Dicho y hecho. 

Llegué en su hora de descanso y pues, me instalé en la computadora. Me buscó conversación leve y poco a poco le respondía. Hablamos y hablamos por un buen tiempo. Echamos chistes nuevamente y reímos tal como sabía y quería que pasara.

  —Oye, tenía una perspectiva diferente de ti. Me agrada haberme equivocado —confesó.
  —¿Qué perspectiva tenías de mí? —quise indagar aun sabiendo por dónde iba; tomando en cuenta una conversación por texto que tuve con él.
  —¡Tengo que dar clase! —decidió e intentó salir por tangente.
  —¡Dime! —presioné.
  —Oye, oye, tengo que dar clase. Te dejo —salió de la oficina y me dejó en ella.

¡Lo sabía! ¡Juro que sabía por qué lo decía pero quería que me lo dijese! Traté de no precipitarme; fingí demencia y volví al computador.

Al terminar la clase intenté nuevamente sacarle la respuesta pero fracasé en ella. Se hizo el loco, por así decirlo. Agarró sus cosas y se fue a arreglar para ir a otro lugar de trabajo. Al despedirse lo hizo dándome un beso en la mejilla, estando yo metido en el computador.

  —¡¿QUÉ?! —gritaba mentalmente.

Se despidió de los demás después del acontecimiento y ahí quedé yo. Helado, estúpido, con la boca abierta y con ese pequeño gesto en mi mente que de una u otra manera me acompañó el resto del día.

  —¡Me dio un beso, Gabriela! ¡Pero equis! Le nació y ya —bloqueaba como de costumbre cualquier intento a algo.
  —Relájate, Jesús.
  —¡Me gusta y lo sabes! ¡Me besó, pana! ¡ME BESÓ! —entré en un estado de niña enamorada y, conociéndome, nadie iba a sacarme de ahí.


19 de Septiembre de 2014


Dos días después hice exactamente la misma operación. Subí al estudio en un día no laborable para mí con intenciones de ver ya no tanto a Gabriela… Iba por Tauro.

  —¡Buenas! —entré a la oficina y ahí estaba él.
  —¡Hola! —coloqué mi koala cerca donde él estaba y fue donde decidió abrazarme.

Loco. 

Loco estaba por lo que estaba haciendo pero un Óscar mínimo debía ganar por mi tan extraordinaria actuación de despreocupación.

  —Epa, ya va —me haló nuevamente hacia él al yo separarme—. Hueles muy rico.
  —Este pana quiere matarme, ¿o cómo es la cosa? —dije mentalmente—. Gracias —fue lo que salió por mi boca.

Toda la mañana se dio con suma tranquilidad. Dio clases mientras yo, nuevamente, metido de cabeza en la computadora.

¿Viendo videos? Sí.
¿Revisando redes sociales? Sí.
¿Pensando en videos y redes sociales? No.

  —Iré a comprar algo —dijo en voz alta en su hora de descanso—; ¿quieren algo?
  —Un yogurt, por fa —respondió Gabriela.
  —¿Tú? —se dirigió a mí.
  —Tranquilo, yo voy contigo —respondí.

Lo acompañé a la panadería y pues, claramente el camino estuvo lleno de habla. Logré sacarle la respuesta de la perspectiva errónea que tuvo de mí y hablamos sobre signos y sus compatibilidades. Habíamos buscado la nuestra por alguna extraña e indirecta razón. Alta, por cierto.

  —¿Qué quieres? —invitó.
  —Nada, nada. Estoy bien. Gracias —vacilé.
  —Anda, vale. ¿Qué te provoca?
  —Nada. Tranquilo.
  —¿De beber? —buscaba la manera de hacerme reír.
  —No.
  —¿De comer? 
  —Que no —logró su objetivo.
  —Cónchale, dime qué quieres.
  —Conocerte —respondí mentalmente.

Fuimos a la parte de dulces y fue ahí donde flaqueé.

  —¡ESTO! —señalé.
  —Ah, ¿ves? Ahora sí nos entendemos —pidió el dulce que señalé para llevar.
  —Gracias —respondí con poco porcentaje de pena ya que no sentir confianza con él es tarea difícil.

Canceló todo y caminamos nuevamente hacia el estudio.

Tocamos el tema de nuestras ex-parejas precisamente porque ambos teníamos dicha experiencia viva y reciente todavía. 

  —¡Gracias! —dijo Gabriela al recibir su yogurt.
  —Ten cuidado con esa panadería en caso de que quieras ir. Creo que tienen todo menos conocimientos de cómo atender a un cliente. En serio.
  —¡Me dejó en R! —vacilé con Tauro en chiste interno.

El día siguió sin mucho preámbulo ni plan aparente.

  —¿Qué vas a almorzar? —le preguntó Gabriela.
  —No sé. Creo que comeré en Plaza.
  —¿Por qué no compras almuerzo aquí cerca y comes con nosotros? —invitó.
  —Sí, sí —quería animarlo—; aquí cerca venden comida casera.
  —Está bien.

Al finalizar su jornada laboral fuimos nuevamente al Centro Comercial por almuerzo. Conversación, empujones leves y buena vibra nuevamente.

Regresamos, almorzamos y ya nos arreglábamos para salir.

  —¿Qué vas a hacer ahora, preciosa? —le pregunté a Gabriela.
  —Voy a verme con Libra. Él está en Los Naranjos y pues, nos veremos en Plaza.
  —Oh.
  —¿Y tú?
  —No, bueno. Tengo ensayo a las 6:30 de la tarde y pues, pretendía matar tiempo contigo pero de lámpara no pretendo estar.
  —Si quieres te vienes conmigo al gimnasio. Daré clases allá —intervino Tauro.
  —Ah, bueno. Sí va —respondí de manera muy actoral una vez más.

Llegamos al gimnasio y empezó el proceso de “conocer gente”.

  —¡Pero qué bello! —exclamó una amiga de él refiriéndose a mí.
  —Mucho gusto —vacilé.

Entramos al salón y lo vi haciendo Pole Dance. Acotando que la clase era de Telas.

  —Miramesto —no dejaba de decirme internamente—. ¡Qué bello es, por Dios!

Sí noté que miraba mucho hacia donde estaba, notando y evaluando si lo estaba viendo. Cosa que me pareció demasiado cuchi.

Finalizó la clase y fue entonces cuando salimos del salón a vernos con su amiga.

  —¿Qué vas a hacer por fin? Yo voy a salir con fulanito —estábamos en una mesa.
  —No lo sé. ¿A qué hora subirás a la casa? —noté que vivían juntos.
  —Dime tú a qué hora te busco o algo así.
  —Yo no tengo nada que hacer. Avísame tú cuando te desocupes.

Supe que era el momento y aproveché.

  —Si quieres te vienes al ensayo. Es ahora más tarde y así no te quedas por ahí dando vueltas —lo invité.
  —Ah, bueno —no sabría decir si actuó en su respuesta pero contento estaba de que seguiría con él.

Nos dirigimos al ensayo. Conoció la banda a la que pertenezco y pues, pasó su tiempo escuchándonos. Me sentía bien con su compañía y sé que ya algo pasaba porque, estando en pleno ensayo, nos seguíamos hablando por mensajes de texto. Intercambiando sonrisas de vez en cuando.

¡Viernes! ¡Todo eso ocurrió un viernes!

Al salir del ensayo —tardísimo—, me preocupaba el tema de regresar a mi casa ya que al día siguiente tenía que trabajar temprano.

  —Hey, Libra —le hablé al baterista y novio de Gabriela—, ¿puedo quedarme en tu casa hoy?
  —Coye, man; vamos a tomar ahora y no sé realmente… Déjame ver.
  —Avísame con tiempo porque si es de irme con ustedes, no tengo rollo. Pero si no puedo quedarme en tu casa, debo bajar a la mía ahora mismo ya que es tarde.
  —Si quieres déjame avisarle a mi amiga para ver si te puedes quedar —propuso Tauro.
  —Eh —quedé helado ante tal invitación—; de acuerdo.

¿Qué estaba ocurriendo ese día?
¿Todo tan fluido de repente? ¿Sí? ¿Justo con el hombre que me gustaba?

  —Sí; te puedes quedar. Pero tenemos que irnos ya —dijo Tauro.
  —Vale —me gustó su respuesta un tanto dominante.

Nos despedimos y salimos nuevamente hacia el gimnasio ya que ahí nos iba a buscar su amiga.

  —Me preocupa ahora es la cena —exclamó Tauro—; tenemos que comer antes.
  —No ando financieramente bien ahora, te comento.
  —No importa. Te invito a comer.
  —¡Dios! ¡Basta! ¿Qué es esto? —dije internamente una vez más.

Comimos; cogimos un taxi y llegamos al sitio.

  —¡Hola, hola! —llegó su amiga y nos subimos en la camioneta.

Tauro y su amiga estaban en la parte de adelante y los escuchaba hablar sobre la clase de ese día el cual tuvo unos inconvenientes. En todo el camino hablaban de ello y pues, yo atrás muy casual e intimidado en parte por lo que estaba ocurriendo. Una mujer que me conoció ese mismo día, ¿dejarme quedar en su casa con él? ¿Mencionando que le parecí bello?

Llegamos a la casa-mansión. Una casa un tanto GIGANTE. Veníamos escoltados por otro amigo de la amiga de Tauro.

Al entrar: 

  —Voy por ropa y salgo —dijo.
  —¿Ah? —respondió Tauro.
  —Muérete que la niña empezó a llorar y pues, no sé qué le hicieron pero me convencieron y dormiré en casa de él y mañana iremos a la playa.

Tauro y yo nos miramos ipso facto.

  —Ah, bueno.
  —Me cuidan la casa, ¿no? —mencionó.
  —Ah, por Dios. Claro que sí —cortó Tauro.

Se fueron y ahí estábamos… Tauro y yo, solos. No sólo conformes con el día completo juntos, sino que dormiríamos así.

Nos bañamos por separado la primera noche —fue un fin de semana completo—. Mencionaré fugazmente que al día siguiente falté a mi trabajo. Bueno, a dos que tenía pautado para ese día. Sé que es irresponsabilidad pero dormí en su pecho sintiéndome tan protegido que ahí quise quedarme toda la mañana.

Empezaron ciertos juegos donde él me besaba nuevamente la mejilla y parte del cuello. Hablábamos y de repente, sin aviso, me regalaba un beso.

No.

Por supuesto que no aguanté y decidí robarle uno en la boca.

Sentí. 

Mucho, acotaré. 

Sentí al besarlo y eso me agradó. Sé lo que es un beso vacío y no soy partidario de que deban existir. Hay gente que logra vivir con ellos y son felices. Suelen decir que “un beso no se le niega a nadie”. Llámenme enfermo pero, apartando egocentrismo, he negado bastantes.

¡Volé! 

Volé pero esta vez caminando en punta con los pies en la tierra. ¿Debo mencionar que todo el día nos besamos sin parar? ¿No? De acuerdo.

Tauro tocaba la guitarra y entre los dos hacíamos nuestro pequeño y privado concierto musical.

  —Vamos a bañarnos —invitó.
  —¿Qué? —tomé literal la invitación.
  —Vamos a bañarnos; anda.

Nos vimos desnudos mutuamente. Entramos a la ducha y, apartando cuando nos besábamos, parecíamos hermanos. Fue algo que disfruté y valoré bastante. No pasó nada sexual entre nosotros y eso, para mí, fue positivo. Ambos estábamos conociéndonos y sabíamos que no era correcto lanzarnos tan allá si estábamos buscando algo serio y estable.

Fin de semana completo de buena vibra y compañía. Cocinamos en ropa interior, beso iban y venían de vez en cuando, risas por doquier, abrazos espontáneos de repente… Novios ficticios.

¿Qué y cómo pasó todo? No lo sé; pero pasó.


viernes, 11 de julio de 2014

Habitación 805

3 de Mayo de 2014

Joshua despertó ese día con un largo y profundo suspiro. Su corazón latía desordenadamente. Latidos rápidos y lentos iban y venían despreocupados. Tenía muchas cosas en mente; preocupación e incógnitas que quería despejar... Pero sobre todo, tenía tranquilidad mental ya que le apostaba a lo que Lázaro tanto le había, en un tiempo, demostrado: Amor.

Él quería salir de ese tornado como fuese posible. A pesar de que no sentía culpa alguna por un error cometido, él quería jugar su última carta. Y en caso de realmente haber errado, lograr disipar el dolor de Lázaro. Intentarlo... Sólo eso.

Se levantó de la cama entusiasta. Lleno de vida y —primordialmente— nerviosismo. Cogió su bolso y empezó a preparar todo para dicho encuentro. Empacó todo. Velas, vino, chucherías, ropa, inciensos, detalles, laptop... Casi temblando, vale acotar. A medida que iba hacia el punto de encuentro su mente dibujaba las posibles escenas de esa noche. Estaban llena de amor, consciencia y lujuria.

  —¿Cómo reaccionará ante todo esto? —se preguntaba así mismo—. ¿Le habrán hecho algo similar alguna vez? ¿Por qué cargo esta tembladera? Basta.

Joshua lo primero que hizo fue visitar la peluquería. Lázaro es muy estéticamente detallista y pues, no quería estar mal para la ocasión. Quería cubrir todo. Quería todo perfecto.

Al salir de ahí, le dio tres vueltas al mundo en busca de una rosa blanca. Había leído al respecto y para reconciliaciones era la indicada. Rojas por doquier hasta que dio con la que quería. Justo ahí, comprando la rosa blanca, empezó a sudar. El itinerario que tenía —muy bien calculado—, indicaba que era la hora de pisar la habitación. Se encaminó a ella y se reía de él mismo al imaginarse caminando y atravesando un montón de gente en un centro comercial —en hora de almuerzo—, con bolso encima, mamarracho, recién afeitado y con una rosa blanca en la mano.

  —¿Tú te estás dando cuenta de lo que estás haciendo, Joshua? —decía mentalmente mientras veía a cada persona que lo veía pasar—. ¿Cuándo demonios has hecho esto por una persona? ¿Cuándo?

No le importó la presión y el bullying seguramente inexistente de los demás. No quería otra cosa más que llegar al hotel y empezar con todo.


HOTEL


  —Buenas; tengo una habitación reservaba. ¿Ya está habilitada? —se dirigió al recepcionista.
  —¡Buenas tardes! ¿Me permites la cédula?
  —Claro.

Joshua observaba su entorno y miraba hacia la puerta de vidrio imaginando —ya, sin pausa—, a Lázaro entrando al hotel.

  —Habitación 805. Agarras el ascensor y al abrir las puertas, esa misma del frente. ¡Bienvenido!
  —Vale; gracias.

Tomó la tarjeta y caminando hacia el ascensor no dejaba de pensar en lo que pudo haber pasado por la mente del recepcionista. Algo tipo: "aniversario o reconciliación; una de dos".

Se abrieron las puertas del ascensor y ahí estaba la puerta hacia el lugar de encuentro. Joshua no controlaba sus pulsaciones y ahí mismo, corrió a la misma, pasó la tarjeta, abrió, entró y cerró como un loco histérico siendo seguido por policías. Dejó caer el bolso con las cosas en el piso y quedó asombrado con lo amplia que era la habitación. Digamos que estaba acostumbrado a habitaciones más pequeñas.

  —Bueno; manos a la obra —inmediatamente prendió dos inciensos con la finalidad de calmarse y darle previo aroma a la habitación.

APENAS ERAN LAS TRES DE LA TARDE

Uno de ellos estaba aromatizando el baño. Antes de hacer las cosas —ya que quería hacerlas bien—, decidió tomar una ducha primero. A medida que lo hacía, pensaba y se dejaba llevar por todo lo que sentía. Por muy extraño que parezca, las dudas habían desaparecido; se entregó por completo a la buena intensión con que estaba haciendo las cosas que, simplemente por el hecho de saber que era él quien iba a sorprenderlo, lo llenaba profundamente y le daba bienestar.

Apenas salió de la ducha, se vistió y empezó con todo lo que había tenido en mente. Prendió la laptop y colocó música activa precisamente con la intensión de llenarse de alegría en vez de miedo. Sacó las cosas del bolso y colocó todo en su lugar —algunas cosas en estratégicos espacios—. La habitación estaba impregnada de buena vibra. Con incienso en mano empezó a recorrer toda la habitación hablándole a la misma. Limpiando el espacio. Liberando... Cosa que poco a poco aprendió con él.

En la mesa colocó dos vasos de vidrio —no tuvo éxito con las copas—, la botella de vino espumante y la rosa. En el mostrador su billetera y los lentes. Destapó la caja de velas y empezó a colocarlas perfectamente distribuidas por toda la habitación. Cerca de la cama estaban un mayor número de ellas, claramente.

Sacó unas cartas españolas del bolso y quiso darle un toque diferente. Intentó colocarlas alrededor de la cama por el piso. No se veían mal pero, para su gusto, era muy sencillo. Las recogió y, al igual que las velas, las distribuyó por todo el espacio procurando que quedasen boca arriba. Joshua se entusiasmaba aún más cuando veía que todo estaba tomando la vida que él quería.

Se encaminó a la puerta justo donde estaban los interruptores y empezó a jugar con las luces para ver si daba o no un toque adecuado. Probó la iluminación con velas, bombillos y ambos. Terminaron ganando las velas.

Se encargó de llevar productos personales que sabía que ambos —en especial él—, utilizaría y terminó de arreglarse. Se peinó y secó el cabello —cosa que también aprendió con él—, se perfumó y así quedó. Con el pecho desnudo y un short negro ya estaba listo para esperar su llegada.

A medida que pasaban los minutos aumentaba progresivamente los nervios. Joshua caminaba de un lado a otro y examinaba una y otra vez el contexto. Quería que todo estuviese impecable o más que ello. Siempre encontraba un detalle y lo acomodaba. Minúsculos e insignificantes que sólo a él le perturbaban.

No pudo con la presión y corrió al computador a grabar su voz y expresar por esa vía —no quiso escribir—, todo lo que estaba sintiendo en ese momento. Al terminar de hacerlo, buscó un playlist que delicadamente había hecho y le dio play. Colocó la laptop oculta en las cortinas y siguió caminando abriéndole un hueco al piso.

De repente, las notas de piano que cubrían el entorno fueron entorpecidas con la llegada del mensaje de texto de Lázaro. Ya venía en camino y la presión seguía pico arriba. Prendió otro par de inciensos y decidió relajarse —o hacer el intento de...

En una de esas tantas idas y vueltas, Joshua decidió asomarse por la ventana de la habitación, la cual da con la entrada del hotel. Al hacerlo, no duró ni un segundo en reconocer a su invitado entrando por la puerta.

  —¡RAYOS! ¡AQUÍ FUE! —corrió por el yesquero.

Su corazón dominaba todo su cuerpo. Estaba temblando y no es sentido figurativo. Prendió las velas, apagó las luces y se colocó detrás de la puerta de la habitación.

Pasaron alrededor de cuatro minutos cuando escuchó llegar el ascensor. Se abrieron las puertas y sin mucho preámbulo se escuchó el "toc-toc" en la puerta.

Joshua tomó aire fuertemente y abrió.

Él estaba vestido deportivo con un suéter negro con rojo, el cual hacía perfecta combinación con su gorra. Apenas entró, Joshua cerró la puerta y le quitó el bolso de encima.

  —¡Qué loco! —decía Lázaro entre risas leves.

Joshua observaba como él, poco a poco, detallaba la habitación. No salía del asombro.

  —¿Cómo estás? —preguntó Joshua por inercia.
  —¿Ah? —seguían sus risas—. Sorprendido.

Joshua lo tomó por la espalda y lo encaminó hacia la cama. Lo sentó en ella y rompió el silencio no tan silencioso de asombro.

  —Verás. No me considero una persona que hace o sigue patrones a la hora de expresar cosas. A lo mejor otra persona lo haría pero yo no. Así haga una ficha, no la voy a realizar o decir al pie de la letra. Digo lo que sienta al momento y aquí estoy. ¡Guao! —se le escapó un suspiro—. Dije que lo único que quería cuando tú pasaras por esa puerta, era que quedara todo lo malo que exista en ti afuera. Qué no daría porque al hacerlo desaparecieran tus problemas en la columna. Tus inseguridades, tus dudas... Todo. Lo que estoy haciendo lo hago por el hecho de que me hace bien. Tengo presente ambas conclusiones en mi cabeza. Puede que salgamos de aquí repontenciados como pareja o simplemente como, ¿amigos? No lo sé. Pero sea cual sea el caso quiero marcar esta noche contigo. Quiero que ambos la recordemos para toda la vida. Y si en ti ya no existe ese amor, quiero con el mío tratar de alimentarlo.

Lázaro tenía los ojos llorosos.

  —Nunca en mi vida había hecho algo así. Me sentí raro, si te soy sincero. Precisamente porque es mi primera vez.

Joshua miró hacia la mesa y dio con la rosa blanca. Fue por ella y regresó a la cama.

  —Ten.
  —Gracias —contestó Lázaro con lágrimas en las mejillas.

Joshua examinaba cada paso de Lázaro pensando si él sabía que estaba haciéndolo.

  —Son muchas cosas que siento y pienso ahora, ¿sabes? —respondió.
  —¿Cosas como qué?

Lázaro se quedaba en silencio y escasas respuestas le daba. Olía la rosa y la observaba detenidamente. Joshua quiso en ese momento refugiarse en su pecho pero todo salió al contrario. Lázaro entró en llanto y confesó que se había hecho daño noches anteriores. No físicos mas sí emocionales.

  —No puedes hacerte tanto daño, mi amor —Joshua lo arropó en sus brazos brindándole protección.

Lázaro lloraba sin parar y Joshua entendía, en parte, su dolor.

Poco a poco buscó la manera de desviarlo de lo malo y quiso darle luz verde a la noche que, lo que querían ambos, era pasarla inolvidable.

Masaje > Baño > Música > Juegos > Risas > Vino > Sexo...

Lázaro y Joshua tienen los detalles de todo eso.


Lázaro estaba acostado y Joshua llegó a la cama después de pisar el baño. Joshua sintió por alguna extraña razón la misma sensación que llevaba tiempo consigo y sintió que no podía acostarse en el pecho de su acompañante. Se acostó a un lado esperando alguna señal de Lázaro mas éste no mostró alguna. Joshua se quedó intentando tranquilizarse a su lado sin éxito alguno. Poco a poco se iba retirando de él, estando en la misma cama, y Lázaro lo único que hacía era buscar mantener contacto con él con su pie derecho. Joshua seguía y no a la vez en su confusión.

  —¿Quedarás conmigo hasta aquí, verdad? —se sentía tentado a preguntarle pero no lograba hacerlo.

Sin poder dormir decidió ir hacia la ventana por aire. Trató de mentalizar lo que estaba ocurriendo pero su corazón le estaba vomitando en la cara. Se sentía vacío aun teniéndolo al lado.

A los quince minutos aproximadamente fue sorprendido por Lázaro, el cual se levantó a buscarlo. Se quedó tranquilo al observar que estaba bien y regresó a la cama.

Joshua se quedó en la ventana hasta que pudo; fue por lo que había quedado de vino y se encerró en el baño a llorar. No entendía nada. Todo había fluido tan perfecto. Pero al parecer sí fue lo que era: Una noche para no olvidar; más nada. Y el hecho de que fuese así fue lo que más le pegó a Joshua porque tenía esperanzas con él todavía. Si había errado Lázaro: darse cuenta que el amor seguía intacto. Si había errado Joshua: ser perdonado y tener la oportunidad de remendar los errores. Si habían fallado ambos: dejar todo atrás y empezar poco a poco.

Alrededor de las cuatro de la mañana, no aguantó y corrió a sus brazos. Él lo recibió y le brindó la protección de siempre. Joshua logró estar en sus brazos nuevamente.
Logré estarlo.
¿Y el final?

lunes, 26 de mayo de 2014

Luciérnagas

  —No quiero soltar tu mano, Jesús. No quiero soltarla.

Entramos a una cueva totalmente oscura y llena de malicia, tomados de la mano como siempre solíamos estar. Su luz me cubría. El calor de su cuerpo me recordaba la gran protección que sólo puede brindarte tu hogar. A medida que íbamos entrando, más intentaban separar nuestros cuerpos.

  —No sueltes mi mano. Tengo miedo —le decía.
  —Quédate tranquilo. Apóyate en mí; reposa en mi pecho.

Miraba a nuestro alrededor y todo era un desastre. Murciélagos revoloteando y saboteando nuestro espacio. Frío en todo el interior. El lago poco a poco perdía su luz.

  —Tengo mucho miedo —ni siquiera contaba como opción separarme de él.

El latir de su corazón era melodía para mí. Posarme en su pecho era sentirme en protección absoluta donde nadie podía tocarme ni hacerme daño. Podía haber un huracán en esa misma cueva y sin embargo, tranquilidad tenía estando ahí. Sus brazos me cubrían y sus manos de vez en cuando jugaban con mi cabello dándome paz hasta lograr hacerme dormir.

  —Tranquilo, gordo. Estoy aquí —susurraba a mi oído y un beso en la frente me regalaba.

De repente, una luz un tanto oscura se proyectó en uno de los lados de la cueva. Era gruesa y daba poca señal de confianza. Él se levantó y se quedó observándola un instante. Poco a poco fue caminando hacia ella soltando mi mano; dejándome a un lado.

  —Mi amor... —el terror empezó a hacer de las suyas.

Me quedé observando todo abrazándome a mí mismo. El frío llegaba a mayor intensidad y la luz de mi protector se desvanecía junto a la otra desconocida. Poco a poco se iban acercando malas entidades y éstas empezaron a golpearme sin piedad alguna. Recibí golpes por todo el cuerpo, especialmente en el torso.

  —¡MI AMOR! ¡REGRESA! —gritaba desesperado.

Todo parecía irreal y real a la vez. Recibía golpes, patadas, malas palabras y escupitajos. Alcancé verlo llegar a la luz y dicha, sin previo aviso, lo empujó al lago de agua negra.

  —¡NO! —lograba a duras penas levantarme para lograr socorrerlo.
  —¡Quédate ahí! Estoy bien —me decía.

Las entidades me jalaron por un pie y seguían disfrutando y alimentándose de mi dolor.

  —Estoy nadando lo más rápido que puedo, gordo. No decaigas —logré verlo por un momento nadar hacia mí.

Como pude me levanté y empecé a luchar contra todo lo que quería acabar con nosotros. Poco a poco y uno a uno los iba derrotando.

  —Sigue nadando. Estoy aquí —lo animaba.

A medida que iba peleando con mis miedos, uno de ellos se escapó, corrió hacia el lago y empezó a nadar hacia él. Quedé en las afueras congelado y a la expectativa de qué iba a pasar. El resto logró atarme las manos y me obligaron a ver el decadente desenlace.

El mayor de todos logró llegar hasta donde estaba él, dio un salto repentino y terminó hundiéndolo en las profundas aguas. Un gran vacío acompañado de lágrimas me cubrieron completamente en cuerpo y alma. Más miedos y entidades empezaron a llegar.

  —¡Se ha ido! —me gritaban.
  —¡Basta! —me tapaba los oídos.
  —¡Ya está muerto! ¡No va a regresar! ¡No lo vales! —no dejaban de apuñalarme.

Poco a poco me voy cayendo al suelo y como puedo arropo mis rodillas con mis brazos. Mis ojos aguados logran ver mis miedos rodeándome y maltratándome sin piedad.

  —¿Murió? —logré susurrar.
  —¡MURIÓ!


Estoy solo, vacío, seco, sin ganas de vivir o morir. Estoy solo en una cueva siendo acribillado por murciélagos y consolado por luciérnagas. De vez en cuando logro ver luz gracias a ellas. Logran distraerme y me dicen que todo está bien. Sin embargo, el otro bando revolotea y me golpean con sus alas en la cara, haciéndome entender que la vida es ésta. Un lugar donde vienes solo y así, lamentablemente, te vas.

Los murciélagos no saben ni escribir. Las luciérnagas todas las noches dibujan encima de la Luna aquella valiosa palabra de lucha... Esperanza.


jueves, 8 de mayo de 2014

Letras Sobre el Escenario

Estoy detrás del telón oyendo al público entrar y tomando asiento.


Estoy entrando a la sala y podría afirmar que estoy más nervioso que tú.

Uno, dos, tres...

Observo y escucho a las personas teniendo expectativas de la presentación.

...cuatro, cinco, seis.

¿Estarás nervioso? Todo va a salir bien, mi amor.

¡Ajá! Llegó el momento. Dios, estoy en tus manos.

Ay, chamo. Empezó. El mayor de los éxitos, mi vida.


DANZA
Verte danzar va mucho más allá que admiración para mí. Es sentirme contigo.
DANZA
Tu cuerpo dice mucho con un simple movimiento. Tu cuerpo no calla.
DANZA
El escenario es tuyo, mi amor. No pares de bailar. No pares de expresar.
DANZA
Mírate. Estás triunfando. Llegarás muy lejos. Llegaré contigo.
DANZA
Su profesionalismo lo ha llevado a la cima y hoy está con nosotros...
DANZA
Y aquí está el escritor que ha dejado a todos enamorados con su libro...
DANZA
Éstas dos celebridades le han dado la vuelta al mundo con su historia.
DANZA
¡Cuidado!
DANZA
Escasamente corto contacto visual contigo.
DANZA
Cuánto te amo.
APLAUSOS
¡Bravo, cachorrito!


¡Lo hice! ¡Esto es lo que realmente disfruto hacer! ¡Qué sabroso ser aplaudido!

¡Qué bello te ves sonriendo! ¡Aplausos merecidos! ¡Arriba!

Sé que me estás viendo. Gracias por haber venido. Te amo.

Todos reciben los aplausos; solo tú recibes mis palabras.
A todos los veo con rosas en los pies... A ti te veo con mis letras sobre el escenario.

lunes, 5 de mayo de 2014

Protegido Bajo el Calor de tu Pecho

Eres mi tormenta, eres mi paz,
En tu pecho muero, en tu pecho logro descansar.
Necesito el calor de tus brazos, verte cada mañana al despertar,
No existe otro lugar en el mundo entero, donde realmente quiera estar.
No me quites tu sonrisa, tus ojos ni tu forma de mirarme,
Tu perfume, tu cuerpo ni tus labios al besarme.
Mi corazón grita todas las noches antes de dormir,
Me grita triste y desesperado preguntando por ti.
Tu nombre es mi primer pensamiento al despertar cada mañana,
Una lágrima en mi mejilla sustituye un beso tuyo diciéndome que me ama.
La cama es demasiado amplia e incómoda sin ti a mi lado,
Ninguna almohada da la talla, ninguna reemplaza tu hermoso brazo.
La Luna me ve llorar y trata de consolarme mientras camino a casa,
La veo y te veo sentado en ella, tomando té en tan pequeña taza.
Quiero cocinar, bañarme, reír, llorar, dormir, vivir... Todo contigo.
Quiero ser tu amante, tu confidente en todo; no solamente un amigo.
Gordo, dime qué hacer con este amor que se desborda dentro de mí,
Mi amor, amárrame a tu alma y vida; por favor, no me dejes ir.
Deseo morir en tu caluroso pecho, mientras me abrazas fuertemente, 
Nunca en mi vida me había sentido tan a salvo y protegido honestamente.
Estoy descontento con la estrella a la que le pido cada vez que puedo,
¿Tus deseos se han hecho realidad? Porque los míos no se han vuelto.
Cachorrito, amante, amigo, hombre... Nunca me quites tu pecho,
Nunca me alejes de él ni permitas que haga siquiera el intento.

martes, 11 de marzo de 2014

La Historia entre un Bailarín y un Escritor

Desde la primera vez que lo vi supe que recordaría ese momento. Es increíble lo que puede llegar a ser el destino. Yo estaba en un salón y, por las ventanas, logré verlo sentado en plena entrevista de trabajo. Estaba de espalda; su perfecta espalda. Estuve viéndolo alrededor de cinco segundos, grabé la imagen y seguí haciendo lo mío. De vez en cuando lo veía mas no le prestaba mucha atención.

Yo ya tenía como una semana y media bajo ese nuevo ambiente de trabajo y pues, en parte, claramente sentía más seguridad que él. Yo estaba conversando con una compañera y un amigo que se estaban capacitando conmigo. Él estaba sentado en el banco leyendo y, como dije, resguardado en su libro ya que no tenía confianza con ninguno de nosotros. Yo payaseaba como de costumbre. Mi capacitadora nos mandó a entrar a clase y todos entramos a la misma. Una vez en el salón tenía a mi compañera a un lado y a él del otro.

Me da risa lo iluso que fui ese día. Yo, con confianza encima, juré que iba a servirle de ejemplo al nuevo compañero. A medida que se daba la clase me daba cuenta que no era así. Sus perfectos movimientos de piernas a la hora de hacer los ejercicios me dejaban fuera de base.

  —Debería darles vergüenza que ese muchacho con un día de clase lo haga mejor que ustedes —decía nuestra capacitadora. 

A la hora nos esteramos que el “muchacho” era bailarín. 

  —Danza contemporánea, amiga mía. DANZA —le decía a mi capacitadora.

Honestamente disfrutaba su presencia los primeros días porque su físico me atraía muchísimo. Su color de piel y altura fueron los principales factores que me atraparon.

Mi compañera de grupo es fisioterapeuta y estaba chequeándole la espalda un día ya que tenía un malestar en ella. Lo vi por primera vez sin camisa. Su ancha espalda pecosa fue otro factor que me enganchaba.

Otro día mi capacitadora dijo que estábamos listos para laborar y, en mi caso, me iban a cambiar de turno. Fue ahí cuando supe que el bailarín me gustaba. Me había amañado tanto al turno de la mañana que temía ir al de la tarde, pero eso no era realmente lo que me afectaba. “No volveré a verlo” era la frase que predominaba en ese momento.

Días después tuvimos una capacitación especial. Estábamos todos sentados en el salón observando y escuchando la clase. Él estaba sentado a mi lado izquierdo unos cuantos puestos alejados de mí. Nunca hago eso pero, esa vez, volteé a verlo y él tenía su mirada hacia mí. No sirvo para los contactos visuales —no cuando la persona me gusta—, así que cinco segundos, cuando mucho, le regalé. El corazón se me aceleró y empezó a cuestionar por sí solo.

Epa, epa, me estaba mirando.
¿Cuánto tiempo llevaría haciéndolo?
Cállate, Jesús. Seguro volteaste a verlo, él te miró y estaba chequeando por qué lo mirabas; punto.
Pero su mirada era diferente.
Basta, vale. Es heterosexual.


Esa era mi respuesta favorita: “Es heterosexual”. Siempre huía de todo con esa frase. En parte estaba bloqueado a tener algo con él porque mi mente —muy negativa—, buscaba cualquier excusa para aislarme de esa atracción que sentía para no salir herido emocionalmente.

Llegó una noche donde mi mejor amiga y yo nos fuimos a rumbear. Necesitábamos bailar, drenar, reír, tomar, volvernos locos… Vimos una obra de teatro donde participaba un buen amigo mío. Estuvimos hasta las tres de la mañana aproximadamente y nos fuimos a su casa.

Al día siguiente le quité el teléfono a ella para chequear mis cosas. Noté que tenía una solicitud de amistad en Facebook y el nombre era algo no tan peculiar.

  —¿Quién es éste? —recuerdo que dije. 

Por supuesto que su nombre lo sabía pero no coincidía con el que aparecía en su perfil. Al entrar, chequear sus fotos y corroborar que era él… ¡POOM!

  —¡María! ¡María! —decía todavía nervioso—. ¡El chamo que te hablé anoche! ¡Acaba de agregarme!

Su cara era algo poética porque sabe lo exagerado que puedo llegar a ser con muchas cosas.

  —Rayos, no. No, no. Pero eso no quiere decir algo, ¿verdad? Seguro me encontró por mi compañera. A ella la agregué recientemente y pues, pudo encontrar mi nombre ahí —dije.

Mi mejor amiga seguía con la misma expresión. Sin embargo —por supuesto—, lo acepté. Entré a ver sus cosas y otro choque tuve al leer: “QUIERO ALGO CONTIGO”.

  —¡LEE ESTO! —le decía—. ¡Quiere algo con alguien! ¿Será conmigo? ¿Crees que sea conmigo?

De la misma manera en que mi ánimo subía, bajaba.

  —No, vale. Equis. No creo que sea conmigo. Dejé así, Andrés —negaba cualquier posibilidad.


3 de Septiembre de 2013


Hubo un apagón ese día a nivel nacional. Alrededor de las cuatro y media de la tarde nos soltaron del trabajo. Todos se fueron directo a sus casas, menos nosotros. Lo invité a irnos caminando por ahí y aceptó sin mucho preámbulo. Me quería invitar algo para comer y yo por pena lo rechazaba. Caminando nos fuimos y hablamos de cualquier infinidad de temas. Le hablé de mí, de mi relación pasada —para ese momento era un tema que me gustaba mucho compartir; lo que aprendí de ella—, de mis gustos, música… 

Él más que todo asentía hacia lo que le decía y anexaba cualquier cosa similar y acorde con lo que le comentaba. Íbamos caminando cuando de repente empezó a llover. Saqué el paraguas de mi koala y lo invité a utilizarlo conmigo. Admito que me colocó un poco nervioso y no era para menos. Estaba teniendo contacto directo con él ya que el paraguas era algo pequeño. Decidimos quedarnos bajo un elevado esperando que escampara pero la conversación no cesaba.

Igual: Observaba, asentía, sonreía y contestaba.

Escampó y nos dirigimos a un centro comercial muy conocido en la ciudad. Yo tenía poco dinero encima —no había cobrado mi primera quincena—, pero eso no me detuvo para comprar algo para comer. Quería seguir compartiendo con él y buscaba cualquier pretexto para que me tuviese a su lado. Él no se quedó atrás y también compró algo.

Nos sentamos en unos muebles que estaba en uno de los pisos del centro comercial y de repente ahí se dio todo.

  —Es normal todo eso. Yo honestamente no me la paso ya ocultándome porque lo veo absurdo. Eres como eres y ya —decía.
  —Claro —él sonreía.
  —Y bueno, eso —desviaba mi mirada a cualquier otro punto.
  —Quiero decirte algo pero no sé cómo lo vayas a tomar.

Automáticamente mi corazón se salió del pecho gracias al llamado que le daba mi mente —intuitivamente por la conversación que llevábamos—, a todo lo que estaba ocurriendo.

  —¿Sí? A ver… —no sé cómo dije eso sin tartamudear.
  —Me gustan mucho tus ojos y tu sonrisa.

Fue imposible no regalarle una después de lo que me dijo. Aparte, sonreía porque me sentía estúpido al tratar de “seguir maquillando” lo que estaba pasando. Si me miraba bonito, es heterosexual. Si me abrazaba, es heterosexual. Si respiraba, es heterosexual.

Volteé mi mirada hacia una juguetería del lugar y la regresé hacia él.

  —A mí me gustas tú —respondí.
  —Ay, Dios mío —se volteó de repente y su cara se tornó roja.
  —¿Qué pasa? —sonreía con mucha más fuerza.
  —Dime que no me coloqué rojo, por favor —no sabía dónde esconderse.
  —Pues… Sí, un poco —empecé a reír.

Esa noche lo acompañé a agarrar transporte a su casa y yo me fui.


Al día siguiente: Estábamos ambos en un salón sentados en una camilla. Él me veía a los labios y eso me provocaba e intimidaba.

  —¿Qué pasa? —pregunté.
  —Hola —sonreía.
  —Hola —no dejaba de mirarme los labios.

Fue imposible detenerme, me acerqué a los suyos y fue entonces cuando nuestros labios se cruzaron por primera vez. El primero fue un simple contacto. Me separé para verle a la cara y no dejaba de sonreírme. Fui por el segundo y ahí sí se dio el beso completo. Mi corazón agitado estaba —claramente—, y volaba al volver a sentir esa selva en el estómago que sientes al besar a la persona que tu corazón escoge.

Siempre he dicho: El corazón es de quien lo acelere.


15 de Septiembre de 2013


Íbamos rumbo a un apartamento en la playa. Previamente ya había hablado con mi mamá y ya estaba al tanto de toda la situación. Veníamos sentados en el transporte escuchando música con mi iPod cuando sin previo aviso y muy espontáneo él decidió tomarme de la mano. Fue un gesto muy bonito y no me incomodó en lo absoluto. La confianza parecía ir muy rápido según mis amigos; para nosotros nunca fue así.

Llegamos al apartamento y había llegado el momento. Se lo presenté a mi mamá y hermanos —no utilicé ningún adjetivo; lo presenté por su nombre—. Entró a la sala y ahí nos sentamos un rato a descansar. Mi mamá —como la mayoría de las madres para no decir todas—, empezó a interrogarlo y sacarle conversación. No podré nunca describir esa sensación de agrado total que sentí al verlos hablar, sonreír y conocerse. Por alguna extraña razón me llenaba muchísimo ya que mi mamá sabía que no estaba conociendo a cualquier amigo; estaba conociendo al hombre que estaba saliendo con su hijo.

Fuimos un rato a la piscina en la noche. Fue esa la segunda vez que lo vi sin camisa. Había pocas personas en el agua y a veces lo retaba acercándomele tratando de robarle un beso. Estaba feliz y sonriente ya que estaba seguro que tendría nuevo compañero.

Esa noche fue la primera que dormimos juntos.

  —Eres hermosísimo, chamo —me dijo mirándome a los ojos.
  —¿Te gustaría escribir una historia conmigo? —tenía esa pregunta en la punta de la lengua y tenía que soltarla.
  —Rayos —ocultó su cara en la cama.
  —Hey —dije.
  —No seas así; tú no —contestó.
  —¿Ah? —no entendí en lo absoluto—. ¿No quieres  ser mi novio?
  —Esta historia empezó a escribirse desde el día que confesamos. Yo ya me considero tu novio.

Desde entonces hemos estado escribiendo esto. Hemos reído, amado, discutido, sacrificado y sobre todas las cosas: luchado. Día a día lo conozco más, día a día me enamoro de sus virtudes y defectos. Verlo danzar es realmente maravilloso; es transportarse a otro mundo. Un mundo de fusión entre vida y sentimientos.

Él danza a mi lado; yo escribo del suyo.